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Novelas bien escritas y críticas de nuestras realidades hay decenas. Pero sucede que La Cisterna desata en el lector una solidaridad con Celina, su personaje central, un rencor contra quienes participan en el aniquilamiento de lo mejor que había en ella -culpa que es de todos y de nadie en particular-, que son de un orden superior a lo que obtiene lo que se llama "un personaje bien logrado", construido con esa eficacia que hace pensar en que el autor lo tomó de un modelo real. La construcción de esta novela, los lenguajes y técnicas a los que apeló su autora, construyen la imagen total de un personaje en quien pensamos como si efectivamente hubiera existido, ronda en nuestro ánimo como una persona de cuyo discurrir triste y hasta trágico nos hemos enterado con abundancia de detalles. Tal sensación en el lector, tal anulación de su distancia, de su reserva, ese haberle hecho olvidar que lo que ha leído es una ficción, aunque basada en la realidad, es la mejor prueba del éxito literario que su autora ha alcanzado con este libro. Celina es uno de los personajes femeninos más convincentes y dolorosamente inolvidables de la literatura colombiana.
En el prólogo a la primera edición de Terrateniente especifiqué que el objetivo de la obra era mostrar "lo que se esconde en Antioquia detrás de la simple expresión 'abrir fincas'", enfatizar que "En Antioquia todos tienen algún pariente que se metió al monte, que se aferró a una tierra y le apasionó sembrar". A lo largo de la novela pretendía señalar cuánto pueden las personas llegar a encariñarse con un terruño, cuán profundamente echan raíces en ese lugar y cómo algunos dedican lo mejor de su vida a mejorarlo y cultivarlo. Ahora, veinticuatro años después de su aparición, la obra presenta un nuevo aspecto del cual yo misma no me percaté entonces. Al releer el texto pa...
La Biblioteca Rocío Vélez de Piedrahíta se nutre este año con dos obras que aparecieron publicadas por primera vez en 1960 y 1962: El hombre, la mujer y la vaca y El pacto de las dos Rosas, un díptico que la autora definió en su momento bajo una sentencia que nos inquieta: "Cuentos desagradables". Los dos relatos tienen los componentes clásicos de su obra y en el centro está la mirada de una escritora que analiza con agudeza el mundo que la rodea. En el primero ilustra lo infantiles que pueden llegar a ser los hombres en sus caprichos. Pero va más hondo: esa puerilidad, cuando está tocada de poder, de dominio, de intransigencia, se vuelve crueldad y cinismo. Por eso, una vaca resulta más valiosa que una mujer. En el segundo, un relato cuyo argumento recuerda a El príncipe y el mendigo, de Mark Twain, la autora expone, con un ingenioso humor de clase, esa aplanadora de ilusiones que puede ser la sociedad. El hombre, la mujer y la vaca y El pacto de las dos Rosas no habían aparecido publicados juntos. O por lo menos no en un mismo volumen, único y dedicado. Este es, justamente, el libro que les proponemos a los lectores.
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Por las páginas de esta obra no solo se deslizan los nombres de autores, personajes maravillosos y de libros que los niños de varias generaciones han hecho suyos, sino también la evocación del legado que esta Guía de literatura infantil dejó en generaciones de promotores, bibliotecarios, educadores y de muchos lectores adultos actuales. Se trata de un libro decisivo, que abrió la puerta en la ciudad y el país a los estudios serios sobre un género que se consideró menor pero que ha demostrado ser baluarte en la formación integral de los más jóvenes.
CONTENIDO: Móviles de la escritura femenina - Mentalidades y primeras voces de mujer en la narrativa colombiana - Narradoras destacadas - Cuatro ensayos de aproximación a la narrativa femenina colombiana - Recreación de la maliche en la pluma de Flor Romero - Locura mujer escritura en la cisterna, de Rocío Vélez de Piedrahita y en Misiá señora, de Albalucía Ángel - La prostitución en La novia oscura, de Laura Restrepo - Señora de la miel, de Fanny Buitrago y el autodescubrimiento del cuerpo femenino.