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Así me tiemble la voz relata la historia de una pérdida doble padecida por Laura, protagonista y narradora central: la inicial de su madre biológica, cuando aún era muy niña y carecía de herramientas para entenderla y aceptarla, y la de la Tierra, proyección no por simbólica de la primera, menos real y dolorosa, puesto que ya en su vida adulta de profesional de la ciencia, Laura sabe inevitable tal muerte. De las dos se siente culpable. Si el primer desencuentro con la vida, muerte de la madre autoritaria, es un drama privado, aunque tocado por el universal de la muerte, la segunda extinción, la planetaria, es obra diaria y sistemática de la humanidad contra la madre tierra. Este es el eje que construye la unidad de estos cuentos. A su vez, la eficacia y contemporaneidad de sus llamativos recursos técnicos y estilísticos, obtienen el agrado e interés del lector moderno.
Arenas es un joven geólogo que recién ha asumido la responsabilidad de encontrar piedra caliza en un cerro de propiedad de una cementera en una ciudad costera. Cautivado por el mar, por las entrañas de la tierra, por los ritmos geológicos, el personaje central de esta novela se enfrenta a los retos técnicos propios de la exploración del terreno que le ha sido encomendado, al tiempo que intenta alimentar sus íntimos y solitarios anhelos estéticos, y que descubre, poco a poco, como si de un mineral escondido muy hondo se tratara, su amor por una mujer. Un mar me causó gran impresión, por lo impecable de su oficio, el buen manejo de la psicología de los personajes y el evidente conocimiento de las materias sobre las cuales versa la obra.
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No miraré su rostro es, como lo afirma el autor en su dedicatoria, un "ejercicio de la memoria". Así lo asegura también, al fin y al cabo quien habla no es quien escribe, el narrador en las primeras páginas: es una fiesta de la memoria en donde se confunde "el antes con el después", porque el volumen que el lector tiene entre sus manos es una "subversión de lo vivido". Esta novela se adentra –de la mano del narrador, ante el féretro de su padre– en un dilatado retroceso temporal que se remonta hasta los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Y como tal, los recuerdos se acumulan y se sobreponen, se solapan, se fragmentan, hasta conformar un llamativo tejido de personajes y episodios. Con un maravilloso sentido del equilibrio, el texto va de un episodio a otro hasta alcanzar el centro de unas vivencias que constituyen piedras de toque de la trayectoria personal, familiar y social de una comunidad. Como la urraca que acumula objetos brillantes en su nido, el narrador de esta novela acumula recuerdos.
El oficio del escritor es estar en el lugar preciso, pero menos indicado. Fronteras de humo es una colección de relatos donde las paradojas del espacio se resuelven en la percepción de un reportero, una bailarina, un bocetero, un bibliotecario, un obispo... Cada personaje escribe, a su manera, lo que está oculto en las imágenes de los lugares sitiados: unas flores entre dos andenes, una biblioteca entre dos orillas de río, un retrato en medio de hombres con extraña memoria. Por un momento creen estar en la distancia correcta, pero después descubren que hacen parte del acecho. La imaginación en un cerco para uno mismo.
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El viaje como una forma de llegada ha sido un tema recurrente en la literatura. La aventura del héroe ante lo desconocido, el descubrimiento del misterio que son los otros en el camino y el develamiento del verdadero destino que es uno mismo, se suman una y otra vez en relatos sobre cómo llegar al lugar de donde se partió. Para el migrante, sin embargo, como canta Manuel Mejía Vallejo, partir es solo el destino de quien no puede llegar. Esta colección de cuentos se teje en la conversación de los personajes que, ante la ausencia futura, se adelantan a esa imagen que no tendrán cuando sean otra ciudad y otros rostros los que dirijan su memoria.